Pierre-Auguste Renoir era un pintor francés impresionista que decía que le gustaba la pintura que le hacía querer pasear en ella. Puede que esta sea la sensación que provocan algunos de los dibujos de Pau Olmo, un estudiante de arquitectura de Valencia, que retrata con precisión, y a la vez con un estilo único, los paisajes urbanos y arquitectónicos de distintas ciudades.
El estudiante de arquitectura valenciano ya ha empezado a darse a conocer. Hace menos de dos meses inauguraba su primera exposición “Ciutats de Paper”. Esta fue acogida por La Fábrica del Hielo, un espacio cultural independiente en plena ebullición social en Valencia. En ella se recogían una serie de treinta dibujos, algunos de ellos de distintas ciudades que Pau Olmo ha visitado. Tras varios años guardando estos dibujos en el cajón, se sintió motivado por los buenos comentarios de sus amigos y algún profesor, por lo que se decidió a mostrar su trabajo. Sin embargo, su relación con el dibujo no siempre ha sido tan buena y sencilla como parece.
Olmo empezó utilizando el dibujo como un mero recurso más para el grado que estudia. Asegura que al principio su relación con el dibujo era muy parecida “a una relación amor-odio” y llegó incluso a sentir «miedo» por el dibujo, porque pensaba que no estaba hecho para él. No obstante, mantiene que poco a poco el dibujo se fue convirtiendo en una herramienta muy útil que le ha ayudado a «adquirir una cierta sensibilidad por el paisaje urbano y un amor innato hacia las ciudades.» Sus dibujos tienen una intención que va más allá de agradar al público que los observa. Asegura que para él lo más importante es «que la gente consiga reconocer aquello que se ha dibujado» y sobre todo, «que la gente identifique los lugares dibujados a través de historias y vivencias personales.»
Ha dibujado numerosos lugares de la ciudad de Valencia desde el barrio marítimo del Cabanyal hasta el casco antiguo del Carmen. Cuando le pregunto cuál es la ciudad que más le ha gustado dibujar sostiene que esta es Roma. «Roma fue un proyecto al que le tengo muchísima nostalgia, fue algo sin precedentes y una ciudad que cogí con mucha ilusión», afirma. No obstante, mantiene que el dibujo al que más cariño tiene es al de La finca roja, por la gran cantidad de recuerdos que este emblemático edificio de Valencia le trae. Asegura que para él «simboliza muchísimo más de lo que hay dibujado sobre el papel.»
Dentro de la sencillez que a primera vista se puede apreciar en algunos de sus dibujos, detrás de ellos hay un gran trabajo que no se reduce a reproducir una copia exacta de un determinado lugar. Olmo intenta ir más allá y captar en sus dibujos aquello que el ojo no ve, llegando a una ciudad más abstracta. Esto se puede apreciar en algunos de sus dibujos de la serie «Menorca. Estiu 2016», en los que con tan solo unos sencillos trazos y muy pocas líneas, consigue plasmar el aire y la atmósfera de la costa menorquina. Asegura que el proceso de creación de uno de sus dibujos no es muy complejo y afirma que «lo más costoso es elegir la perspectiva». En primer lugar, realiza unos bocetos previos y seguidamente, dibuja de lo general a lo particular, «de grandes cajas y volúmenes a los pequeños detalles y la atmósfera del lugar.»
Pau Olmo no solo ha plasmado en papel las ciudades y las historias que estas esconden. También ha reproducido (dentro del estilo que tanto le caracteriza) algunas obras del Bosco, uno de los pintores más enigmáticos e influyentes del Renacimiento, como por ejemplo «El jardín de las delicias» o «El carro de Heno.» Estas reproducciones muestran la destreza de Olmo para dibujar obras complejas alejadas de los edificios arquitectónicos o las calles de ciudades que acostumbra a retratar. Sin duda, las reproducciones del pintor holandés fueron algunas de las más halagadas por los visitantes de su exposición “Ciutats de Paper.” Asimismo, ha reproducido «La escuela de Atenas», una de las obras más significativas del pintor Rafael Sanzio. Siendo fiel a su estilo, Olmo consigue captar la compleja composición de la obra y demuestra un gran dominio de la perspectiva.
No se quiere precipitar anticipando cómo será su relación con el dibujo dentro de unos años, ya que es algo que ve muy lejano. Aunque admite que le gustaría poder dedicarse al dibujo “de una manera mucho más profesionalizada” y “poder dibujar y vivir de ello”, a pesar de ser consciente de la dificultad que esto conlleva. “Me gustaría verme dentro de unos años, cuando sea mayor teniendo un montón de cuadernos llenos de dibujos que hice a los 18 años, como aquel que tiene un álbum de fotos en su casa”, asegura Olmo con respecto al futuro.
Sí que se atreve a hablar de un futuro más próximo, en el que asegura que le gustaría dejar aparte los “hitos arquitectónicos” y dedicarse a dibujar lo que para él es “la ciudad de verdad”. Como por ejemplo «los solares de Ciutat Vella, l’Horta d’Alboraia, el Cabanyal, Orriols, Benimaclet…»
La historia de este estudiante de arquitectura es un relato de evolución tanto a nivel personal como artístico. El dibujo pasó de ser una obligación a ser una pasión para él. Ahora mismo asiente que le dan ganas de dibujarlo todo. «Los dibujos son a fin de cuentas mi historia», afirma Olmo. De este modo demuestra que su afición va más allá de lo puramente estético, ya que con sus dibujos nos cuenta una historia o un relato. Y siempre resulta admirable que alguien quiera contar una historia a través del arte.
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